Los rayos de sol se asoman con timidez a través de los reducidos espacios de la ventana que no cubre la cortina. La claridad se abre camino dentro de la habitación desordenada y se va posando sobre el mueble, los zapatos y la ropa desperdigada por el piso. Los ojos de Pablo se abren contemplando la luz en la habitación y por su intensidad se da cuenta de que es algo más tarde que de costumbre. Se voltea para mirar el reloj en la mesa de noche y ve que son las 8:46 A.M. Comienza a sentarse sobre un lado de la cama con lentitud, se pone las pantuflas que están justo al lado y sale de la habitación con pasos pesados.
En el espejo del baño se refleja un adolescente de unos 16 años, de tez pálida y cabello corto oscuro, se acerca al espejo para examinar mejor algunos granos de acné que brotan en su frente y se hecha agua con sus dos manos en la cara, luego de cepillarse los dientes sale del baño caminando lentamente. Pablo pasa por el comedor, que se junta con la sala en un solo salón, luego va a la cocina, separada por una pared a media altura del resto de la casa. Mira en varias direcciones pero no ve a nadie. –Salieron temprano hoy, bueno también me levanté algo tarde– Pensó.
Abre el refrigerador y saca un paquete de pan para sándwich, un trozo de queso blanco, una bandeja con jamón y el frasco de la mostaza. Lleva todo, haciendo algo de equilibrio con sus manos, hasta la pequeña mesa de la cocina donde se sienta y empieza a preparar su sándwich.
Da un amplio mordisco al pan relleno y pensando en otras cosas lo saborea mientras fija la vista en la pared de la sala, que está justo delante de él. Examina con su mirada cada fotografía colgada y da otro mordisco, mientras sus ojos recorren ahora con lentitud los adornos dispuestos en la mesa de la sala. Da el tercer mordisco a su pan y se da cuenta de que algo está escurriendo de su labio superior, enseguida aleja el pan de su boca y se pasa una mano por su labio casi instintivamente, aleja su mano para examinarla y se da cuenta de que lo que chorrea es sangre.
Todavía masticando el último trozo de pan que tenía en la boca, llega al baño, toma un trozo de papel higiénico y mirándose al espejo comienza a limpiarse la sangre que escurre de su nariz. El flujo de sangre es abundante y empapa el trozo de papel que tiene en la mano. Entonces, sin pensarlo, pero con mucha naturalidad, Pablo extiende su dedo índice, goteando sangre y comienza a dibujar unos símbolos en el espejo. Dibuja un conjunto de figuras compuestas de puntos, líneas rectas y curvas, agrupando las formas en rectángulos que va dibujando uno tras otro verticalmente.
Minutos después, Pablo ha dibujado ya tres rectángulos compuestos de ocho símbolos cada uno, moja su dedo en sangre de la nariz cada vez que deja de manchar el espejo y continúa su tarea.
De un momento a otro, su mirada cambia del estado de concentración en que se encontraba y se convierte en una mirada de sorpresa, parpadea varias veces mientras ve su reflejo en el espejo, como la sangre se ha escurrido desde su nariz hasta su cuello y continúa escurriendo, después presta atención a las formas color rojo oscurecido recién dibujadas en el espejo.
Pablo abre más los ojos y dice para sí mismo –¿Qué es eso? ¿Yo hice eso?– Mira su dedo empapado en sangre seca y eso responde a su pregunta. Enseguida se voltea para tomar un gran trozo de papel higiénico, lo humedece un poco en agua y comienza a limpiarse la sangre de su rostro y su cuello, mientras lo hace, alterna repetidas veces la vista de sí mismo a los símbolos en el espejo y viceversa, intentando saber de qué se trata todo eso.
Sosteniendo aún con una mano un trozo de papel higiénico sobre la nariz, pero ya con la hemorragia controlada, se sienta en el sofá de la sala con su teléfono móvil en la mano, pulsa en la pantalla el icono de búsqueda por voz y dice –Alfabetos antiguos–. Después de pocos segundos, se despliegan los resultados, Pablo lee enseguida: Alfabeto cuneiforme, Alfabeto Maya, Alfabeto Egipcio... Ya ha visto en películas algo del alfabeto egipcio, así que como no se parece en nada a lo que busca, decide abrir el primer link: Alfabeto Cuneiforme.
Mira con atención varias imágenes donde se muestran diferentes piedras talladas con el alfabeto cuneiforme. –No se parecen casi en nada a lo que está en el baño– Pensó. Sale de los resultados, pulsando el icono de regresar, y comienza a explorar el Alfabeto Maya. Luego de un momento se da cuenta de que tampoco los símbolos se parecen. Entonces agacha la mirada y se muerde el labio inferior, intentando concentrarse, después de unos instantes, vuelve a pulsar el icono de búsqueda por voz en su teléfono y dice –Símbolos extraterrestres– En seguida se despliegan los resultados. Pablo vacila un momento mirando entre los nuevos resultados y abre el link: "Círculos en los cultivos", a continuación se muestran imágenes de los famosos campos sembrados de trigo o de maíz surcados por círculos completamente llenos de figuras ininteligibles. Se pasea por casi todas las imágenes, pero nada se parece a lo que está escrito en el espejo de baño.
Cansado ya de buscar por Internet va a la cocina, mira el pan que dejó sobre la mesa, pero no tiene hambre, más bien siente que su estómago no anda bien. Deposita en la papelera de la cocina el papel higiénico que trae todavía en la mano lleno de sangre, y piensa ––Tal vez un vaso de agua me haga bien––. Saca del refrigerador una jarra plástica grande y se sirve en su vaso térmico de color rojo brillante. Alcanza a dar tres tragos grandes, cuando siente unas ganas enormes de vomitar, a duras penas logra dejar el vaso en la mesa y llegar al baño, faltando solo unos pasos para llegar al lavamanos el vómito sale de su boca, regándose sobre su franela y salpicando el piso. Pablo se aferra con sus manos a los bordes del lavamanos mientras es dominado por la tos y el vómito.
Pablo se incorpora y ve su cara en el espejo, junto con los símbolos que dibujó hace poco. Ve que tiene unas grandes ojeras y que está más pálido que de costumbre. Se dice a sí mismo –Y estas ojeras, ¿Que me pasa hoy? Vómito, sangre..– No ha terminado de hablar consigo mismo cuando pierde el equilibrio y estrella su frente contra el vidrio estrepitosamente, mientras sus manos, que estaban ya relajadas, se tensan otra vez para aferrarse al lavamanos y no dejarse caer. Cierra los ojos mientras intenta recuperar las fuerzas y exclama en voz baja –¡Pero qué me pasa! Ahora si estoy mal, mal....
Logra llegar al sofá tambaleándose entre las paredes y se deja caer sentado, exhausto, como si hubiera hecho un inmenso esfuerzo. Toma su teléfono con rapidez y busca entre los contactos, pero enseguida sus manos se tornan torpes, el teléfono cae entre sus piernas al cojín del sofá, Pablo intenta agarrarlo de nuevo pero no consigue hacerlo, siente un dolor intenso en sus dedos y en las muñecas que le impide moverse. Atemorizado recoge todo el aire que puede para gritar y pedir ayuda, pero de su boca solo salen sonidos muy débiles, intenta desesperadamente gritar una y otra vez revolcándose en el sofá, pero siente un ardor muy fuerte en su garganta, sigue intentándolo varias veces más, hasta que siente un sabor a sangre en la boca y temeroso de otra hemorragia deja de esforzarse.
Ya más calmado y sintiendo que ha recuperado algo de fuerza, Pablo aclara algo su mente, voltea la mirada con dificultad para ver la puerta principal de la casa, que está justo después de la sala y piensa en salir a buscar ayuda. También piensa en intentar otra vez con los gritos, pero la boca le sabe a sangre y le arde demasiado la garganta y la nariz, así que con mucha dificultad se pone de pie y con sus brazos levantados para conservar el equilibrio, comienza a caminar hacia la puerta. Da el primer paso y se va hacia adelante, pero logra conservar el equilibrio, el segundo paso le va mejor, al tercer paso siente una fuerte punzada de dolor en sus rodillas. Dobla sus piernas y cae arrodillado bruscamente, mientras intenta lanzar un grito de dolor, pero igual que la vez anterior, solo emite un débil sonido de desesperación. Logra agarrarse con su mano de una de las esquinas de la mesa central de la sala, se mantiene un segundo así, pero el dolor en sus rodillas es demasiado fuerte y se deja caer con todo su peso sobre su costado, sin fuerzas para más. Cierra los ojos y levanta sus rodillas casi hasta su pecho, mientras las aprieta con las manos, queriendo aliviar en algo su intenso dolor.
Pasados pocos minutos, Pablo siente que puede volver a mover sus rodillas; su primer impulso fue ponerse de pie, pero luego pensó que era mejor probar otra forma más segura de desplazarse, pues no quiere volver a caer de golpe al piso. Mira otra vez hacia la puerta, moviendo su cuello con incomodidad, se acomoda boca abajo sobre el suelo y comienza a arrastrarse hacia la puerta. Poco a poco logra moverse, avanza un poco, luego otro poco, con más dificultad, respira profundo y continúa, pero cada movimiento se le hace más difícil, siente que las piernas, los brazos y todo su cuerpo adquieren más peso, como si llevara quien sabe cuantas pacas de cemento sobre su espalda. Está a solo unos 60 ctms. de la puerta principal de su casa pero ya no puede seguir avanzando más, entonces, empapado en sudor y muy cansado, cierra los ojos y se da cuenta de cómo el miedo y la desesperación se apoderan de él y ahora no tiene con qué resistirse.
Pablo no sabe cuánto tiempo lleva tirado en el suelo de la sala, se ha calmado un poco, piensa que después de todo por lo menos aún está vivo, puede respirar bien, puede ver bien, sus oídos parecen estar bien. Se anima y piensa en retroceder hasta el sofá para intentar sentarse tomando como apoyo la mesa de la sala, entonces se pone en marcha. Muy despacio comienza a arrastrar su cuerpo hacia atrás, a cada movimiento le parece que el enorme peso que antes le impedía avanzar, ahora va disminuyendo, se anima y retrocede un poco más rápido. Logra colocarse entre la mesa y el sofá, apoya una mano en el piso para levantarse un poco, apoya una rodilla también y lo sorprende lo fácil que le resulta. Con la otra mano se apoya en la mesa, y como había pensado, se levanta lo suficiente y se deja caer en el acolchado sofá. Ahora más relajado y cómodo, pero aún cansado, sudado y adolorido, ya no piensa en pedir ayuda, ni en salir de la casa, ni en casi nada, su mente descansa, su cuerpo se relaja, poco a poco sus ojos se cierran y se queda dormido.
Cinco segundos después, Pablo abre los ojos, se levanta de un salto del sofá, y como si nada de lo anterior hubiese pasado, ahora mira de un lado a otro, de pie en la mitad de la sala, concentrado, como buscando algo. De repente sale caminando, con paso apurado cruza la sala, dobla por el pasillo y se dirige a la habitación de sus padres. Sin mirar a los lados llega directamente a una peinadora vieja de su madre, que ahora reposa en una de las esquinas oscuras de la habitación. Se coloca en cuclillas y abre la última gaveta del lado derecho, hurga apresuradamente con sus dos manos, revuelve unas camisas viejas de su padre, varios recuerdos de cumpleaños y bodas de amigos de la familia. Llega al final de la gaveta pero nada parece ser lo que busca.
Abre la gaveta que está más arriba, y al igual que con la anterior, hurga en todo el contenido: Algunos adornos que ya no usan en las mesas, medias rotas de cuando era un niño; mete sus manos más atrás en la gaveta, palpa algo que llama su atención y extrae el objeto para observarlo mejor. Es un antiguo adorno de plástico transparente de forma ovalada, que simula ser un huevo, tiene amarrada una cinta color rosa gruesa que termina en un lazo desgastado en la parte superior, y en la parte de abajo tiene una base circular cubierta con fieltro verde para apoyarlo sobre la mesa. Pablo gira el objeto alzándolo en sus manos para colocarlo cerca de sus ojos, después de verlo por unos segundos, se pone de pie y sale de la habitación rápidamente, metiendo el adorno en un bolsillo de sus bermudas.
En la cocina, Pablo abre bruscamente una de las gavetas del gabinete donde guardan los platos y cubiertos, mete sus dedos entre los cubiertos y saca un cuchillo de punta roma y lo descarta, toma otro de hoja ancha y puntiagudo, pero lo devuelve enseguida, encuentra otro de hoja fina y de punta filosa, piensa un poco mientras lo observa, pero también lo deja caer de nuevo en la gaveta. Entonces se da la vuelta y rápidamente sale de la cocina.
Con pasos rápidos y firmes, Pablo dobla otra vez hacia el pasillo, abre la puerta de su habitación y sin entrar pasa su mirada observando con detenimiento todo el piso. Decide entrar y comienza a levantar una por una y rápidamente las prendas de ropa que están dispersas por la habitación, pantalones, medias, ropa interior, las levanta y las tira a otra parte. Después se agacha para ver bajo su cama, mira por unos segundos de un costado a otro y se levanta otra vez, ya va hacia la salida y cuando está casi a punto de cruzar la puerta, se detiene, entre cierra la puerta para ver detrás de ella, entonces se agacha rápidamente para recoger algo. Un alfiler, lo mantiene un momento entre sus dedos, tomándolo por el extremo sin punta, después de observarlo de cerca un instante, se lo guarda en el bolsillo donde lleva también el adorno de plástico, y sale caminando hacia la sala.
Cruza la sala dando pasos largos y rápidos, dirigiéndose a una pequeña habitación separada de la cocina por una puerta metálica, allí hay un cesto profundo repleto de ropa sucia, un gabinete con detergentes líquidos y en polvo, el fregadero y una lavadora automática. Pablo se detiene en medio de la pequeña habitación y mira alrededor, toma una cubeta llena de ropa remojándose en agua jabonosa y la vacía por completo en el piso. Lleva la cubeta al fregadero y la llena hasta la mitad con agua limpia. Luego sale caminando cargando la cubeta con su mano derecha.
Coloca la cubeta en el espacio que hay entre la sala y el comedor, saca el alfiler y el adorno plástico de su bolsillo y los deposita con cuidado al lado de la cubeta. Entonces, se levanta, se queda viendo por unos segundos la ancha puerta doble que da al patio de la casa, pero se voltea enseguida y comienza a caminar otra vez hacia su habitación. Camina directamente hasta la pared que está frente a su cama, donde hay guindado un juego de escuadras plásticas en su estuche, las observa un segundo, toma el estuche completo y comienza a sacar una por una las escuadras arrojándolas al piso, hasta que saca el transportador, se lo guarda en el bolsillo de sus bermudas y se da vuelta, mira con atención su mesa de noche y con rapidez se dirige hacia ella, toma un marcador negro grueso que hay en un porta lápices, y sale de su habitación mientras se lo guarda en el bolsillo.
Pablo entra de nuevo en la cocina, mira en todas direcciones con detenimiento, entonces va hacia la nevera, camina hacia allá y arranca uno de los adornos imantados de la puerta que sostiene un papel con algo escrito, se guarda el adorno y el papel en su bolsillo y sale caminando hacia a la sala.
Llega al lugar donde colocó la cubeta y los otros objetos, se detiene y se sienta en el piso frente a la cubeta doblando sus piernas, saca todas las cosas que lleva en el bolsillo y las coloca a su lado, toma el alfiler del piso y el adorno imantado, y comienza a frotar la punta del alfiler contra el imán con movimientos cortos y rápidos. Hace esto durante algunos segundos, mirando fijamente la punta del alfiler sin parpadear. Luego abandona en el piso el adorno imantado y toma el papel, lo dobla por la mitad y lo coloca con cuidado flotando en la superficie del agua dentro de la cubeta con agua. Sobre el papel deja caer el alfiler, teniendo cuidado de no hundir el papel demasiado. Se queda mirando por unos segundos el papel con la aguja, luego comienza a darle unos golpes suaves con sus manos a los bordes de la cubeta, mira hacia adelante y vuelve a mirar dentro de la cubeta. De repente dice en voz baja –¡Norte!, sur, este, suroeste, de 160 a 185 grados, ¿y la inclinación?–.
Entonces, Pablo se incorpora irguiéndose y apartando la mirada de la cubeta, dice para sí mismo –Puedo hablar... puedo hablar y moverme creo, ¿pero qué es esto?, ¿qué estoy haciendo?– Mira hacia la puerta del patio, que está totalmente abierta y comienza a levantarse del piso lentamente. Da un paso, da otro, sigue caminando con cuidado hacia la puerta del patio, pero después de varios pasos siente otra vez el agudo dolor en las rodillas, que lo hace caer de golpe sobre el duro piso de ladrillos. Otra vez intenta gritar, pero la garganta vuelve a arderle demasiado y el sabor a sangre regresa a su boca, entonces se queda inmóvil mientras se alivia del dolor en los codos y las rodillas después de la dura caída. –Ok, solo puedo moverme y hablar si sigo haciendo esa cosa loca en la sala, pero no recuerdo cómo llegué ahí, ni de donde saque todas esas cosas... Habrá que seguir el juego a ver a dónde me lleva y ver si puedo ser libre de nuevo, o no sé qué otra cosa pueda pasarme hoy– Piensa Pablo. Entonces comienza a retroceder arrastrándose por el piso, a cada impulso se siente mejor, sus dolores se van calmando y en un momento logra ponerse nuevamente de pie y caminar otra vez hacia la cubeta.
Otra vez frente a la cubeta, se sienta, mira todos los objetos que hay alrededor intentando saber para qué es todo eso, pero no logra pensar en nada útil que pueda hacerse con eso. De repente deja de parpadear, sus ojos se abren más de lo normal, se agacha para ver dentro de la cubeta y ve que el papel esta disuelto en el agua y el alfiler está sumergido en el fondo. Se levanta de un salto y se dirige dando pasos rápidos rumbo a la cocina, abre la puerta de una de las repisas y saca una pequeña cesta rectangular que contiene varias cajas de medicamentos, un frasco de jarabe y algunos caramelos baratos. Toma uno de los caramelos, guarda la cesta en su lugar y sale de la cocina con rumbo a la sala. Se sienta frente a la cubeta, saca el caramelo y lo deja caer al piso, toma el envoltorio plástico y lo extiende bien con ambas manos. Entonces, saca el alfiler de la cubeta y lo coloca sobre el papel extendido en el agua. Espera unos segundos viendo a donde se mueve la punta del alfiler, mientras da algunos golpes suaves a los bordes de la cubeta otra vez.
El alfiler gira un poco hacia la derecha, luego gira un poco más en la misma dirección y entonces parece estabilizarse, Pablo toma el marcador del piso y marca una raya pequeña en el borde de la cubeta, justo en la dirección a donde señala la punta del alfiler, luego marca otra en el lado opuesto del borde, donde señala la parte sin punta del alfiler y traza dos rayas más, cada una justo a media distancia de las dos marcas anteriores, obteniendo cuatro marcas equidistantes en el borde de la cubeta, que forman como los extremos de una cruz.
Coloca su dedo en el borde de la cubeta, sobre la línea que señala la punta del alfiler y dice para sí –Norte– mueve su dedo a la marca que está más a la izquierda y dice –Oeste– Su dedo recorre lentamente el borde de la cubeta hasta llegar a la línea siguiente y dice –Sur–. Toma entonces el transportador, que está en el piso, y lo sostiene con sus dos manos justo encima de la aguja, sin dejar que se moje, luego comienza a girarlo hasta hacer coincidir el punto que marca 0 (Cero) con la raya que señala el norte en el borde de la cubeta. Pablo dice en voz baja –180 grados, suroeste– Entonces sostiene al transportador inmóvil con una mano, mientras con la otra busca el marcador y traza otra marca en el borde de la cubeta, siguiendo la orientación del punto que en el transportador marca 180 grados. Luego deja caer el transportador al agua y se cambia de posición sin levantarse, para colocarse mirando justo hacia el suroeste, 180 grados, según señala la última marca que hizo en la cubeta.
Con su mano izquierda, Pablo agarra el adorno plástico del piso y con la otra toma el alfiler, que flota encima del papel de caramelo en la cubeta, mira por un instante el adorno con sus ojos bien abiertos y sin parpadear, entonces deja caer el alfiler al piso y comienza por arrancar el lazo azul que cubre al adorno, luego haciendo algo de esfuerzo, jala con sus manos para arrancar también la base forrada en fieltro verde, quedando en sus manos solo un trozo de plástico transparente que se parece a un huevo de ave. Toma el alfiler de nuevo con su mano derecha y acomoda el trozo de plástico frente a él, de forma que el extremo más fino apunte hacia el suroeste, toma el alfiler con su mano de la misma forma como se agarra un lápiz pequeño, y comienza a tallar apresuradamente sobre la superficie plástica del adorno los mismos símbolos que escribió con su sangre en el espejo del baño, pero esta vez mucho más pequeños.
Talla cada símbolo con rapidez, frotando la punta del alfiler contra el plástico y luego lo remarca para darle más profundidad, así con cada punto y cada raya en cada curva, sin descansar, ni casi parpadear.
Después de hora y media de trabajo continuo, Pablo se detiene, deja caer el alfiler al piso y levanta el adorno con sus dos manos a la altura de su cara para mirarlo de cerca, gira un poco el objeto y revisa toda la superficie con detenimiento, pues ha tallado símbolos en cada centímetro del adorno, que ahora, en vez de adorno parece más un artefacto de otro mundo, con todas esas inscripciones.
De repente Pablo se pone de pie y comienza a caminar rápidamente, llevando el adorno en su mano, va hacia el patio de su casa, cruza por la puerta grande, pasa por un piso corto de cemento rústico donde hay algunas plantas sembradas en macetas plásticas, el piso de cemento da paso a un terreno destapado de pura tierra, rodeado por paredes de bloques grises, con una pila de arena en un rincón y tres árboles de medio tamaño, cada uno en un rincón aparte. Pablo llega al centro del patio, iluminado por un vigoroso sol mañanero, mira alrededor rápidamente girando sobre sí mismo, se detiene un momento y mira su sombra en la tierra, se da vuelta de forma que el sol quede a su espalda, se acurruca en la tierra, deja el objeto plástico a su lado y con sus dos manos comienza a abrir un hueco en la tierra. Escarba con sus uñas para romper la superficie seca y dura del terreno y continúa escarbando más abajo, saca algunas piedras que estorban su camino y continúa escarbando sin descanso.
Pablo ha excavado ya, solo con sus manos, un hoyo de unos 45 centímetros de profundidad, súbitamente se detiene, toma el adorno de plástico y lo coloca en el fondo del agujero de forma que el lado más fino quede ubicado hacia arriba, entonces con una mano sostiene el adorno en posición vertical, mientras con la otra lo rodea con la tierra que extrajo antes para hacer el hoyo. Poco a poco lo rodea y ya se sostiene por sí solo verticalmente, entonces con las dos manos arroja la tierra que falta encima del adorno, hasta cubrir totalmente el agujero, luego rápidamente disimula todo rastro de actividad en el patio, hasta que no queda ni rastro de haberse excavado nada ahí.
Al terminar, Pablo cae desmayado en el patio, allí mismo donde ya no queda rastro del hoyo que abrió hace unos minutos. Con sus ojos aun abiertos Pablo empieza a convulsionar aparatosamente, después de unos segundos de descontrolados espasmos queda totalmente inmóvil, sus ojos se cierran y solo una pareja de pájaros marrones posados en uno de los árboles del patio es testigo de todo esto.
La luz comienza a entrar en los ojos de Pablo a medida que sus párpados se abren lentamente, luego de unos segundos, se sienta en la tierra, mira a la derecha y a la izquierda intentando ubicarse y nota que su cuello le duele bastante, el dolor se le extiende luego a la cabeza. Desorientado, se pone de pie lentamente y nota que su ropa está mojada de sudor, su piel le arde, sus uñas le duelen, tiene una increíble sed y sus manos están llenas de tierra. Comienza a caminar hacia el interior de su casa y mientras va avanzando se dice a sí mismo –¿Y esto?, desmayado en el patio así, hasta quemado por el sol estoy, y ¿como llegué aquí?...–. Se detiene y se voltea hacia atrás para mirar el lugar donde estaba desmayado, a ver si puede recordar algo, mira por unos segundos, pero nada se le viene a la memoria, entonces atraviesa el piso de cemento rustico y entra en su casa.
El reloj que está sobre la mesa de noche marca las 3:37 A.M., Pablo duerme relajadamente encerrado en su habitación con aire acondicionado, tendido bocabajo sobre la cama y arropado hasta el cuello con su gruesa cobija azul, unos destellos de luz azul interrumpen la oscuridad, es como un relámpago que sucede repetidas veces muy rápido, la luz titila afuera y entra por la ventana, Pablo se despierta, y por unos pocos segundos observa su habitación iluminarse con el relampagueo rítmico. Todavía tiene muchas preguntas sin respuesta en su cabeza, por ejemplo: ¿cómo se desmayó en el patio?, y cuando entró a la casa y encontró esa cubeta con todas esas cosas en la sala, y todo el desastre de agua y ropa sucia regada en piso del fregadero, los garabatos escritos en el espejo del baño; tuvo que arreglárselas para tener todo limpio antes que sus padres llegaran y de todo esto él no supo nada, ni tuvo ninguna culpa. Tenía la curiosidad incrementada mil veces y al ver esas luces extrañas saltó de su cama y se asomó por la ventana lo más rápido que pudo. Pero lo que vio, solo le dejó más preguntas y una sensación desconcertante. Los últimos tres destellos de luz que alcanzó a ver, reflejaron unos símbolos ilegibles en las tres paredes del patio y luego, al extinguirse todas las luces, pudo observar un leve destello azul justo en el lugar donde él estuvo desmayado en el patio, unos segundos después solo quedó en el lugar un punto luminoso azulado que se apagó poco a poco, hasta no verse nada más.
Fin.